RESUMEN
La Toráh comienza declarando que en el principio HaShém creó el cielo y la tierra de la nada.
El primer día de la Creación, Dios separó a la luz de la oscuridad. El segundo día, arregló el raqía (“firmamento”) para separar las aguas del cielo y de la tierra. El tercer día, acumuló las aguas en un lugar, permitiendo que la tierra fuera visible. El cuarto día, creó y ubicó a los astros. El quinto día, Dios creó a la fauna acuática y a las aves. Por último, el sexto día creó a los reptiles, a los animales terrestres, y finalmente a los seres humanos.
El Séptimo día de la creación, HaShém "descansó" y lo santificó como Shabát.
Dios ubicó a Adám y Javáh, el primer hombre y la primera mujer, en el Jardín del Edén. Allí ellos podían comer de todo, excepto del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Sin embargo, Javáh se dejó influir por la astuta serpiente (“najásh”), comió del fruto prohibido y le dio a probar a Adám. Como resultado de esta transgresión, fueron obligados a abandonar el Gan Éden y comenzaron su vida humana, tal como la conocemos, experimentando las dificultades del trabajo para su sustento y el sufrimiento de la mujer en dar a luz.
Luego, Adám y Javáh tuvieron dos hijos: Qáin, que se convirtió en agricultor, y Hével, que fue un pastor. Ambos llevaron ofrendas de su producción a HaShém. El Eterno aceptó la ofrenda de Hével e hizo descender un fuego del cielo en señal de aprobación. Pero no ocurrió lo mismo con la de su hermano. Qáin se encolerizó tanto, que terminó asesinando a Hével. Como Qáin no se hizo cargo de su crimen, Dios lo condenó a deambular continuamente sobre la faz de la Tierra.
Adám y Javáh tuvieron un tercer hijo, Shet, y muchos otros hijos e hijas. Entre los descendientes de Shet, hubo hombres destacados, como los tzadiqím Janój (Enoc) y Metushélaj (Matusalén). Sin embargo, la mayoría de los seres humanos se inclinaron hacia el mal y practicaron la inmoralidad y la violencia. Las cosas empeoraron aún más cuando los piadosos descendientes de Shet comenzaron a mezclarse con el resto de la gente.
Diez generaciones después de Adám, la maldad de los hombres llegó a un punto tal, que HaShém comenzó a reconsiderar Su acto de poblar el mundo con la raza humana. Pero el justo Nóaj encontró gracia en Sus ojos.
COMENTARIO
Apreciados amigos, leer no es tarea fácil. No se trata simplemente de leer letras y palabras. Así como el beneficio de los alimentos no radica en cuánto se come sino en cómo se digieren, de la misma manera la lectura profunda y crítica es la que puede nutrir un alma seca.
Leer implica poder darle vida a un escrito, hacer que las formas de las letras, digamos así, dancen y encuentren la música en las conexiones del relato. Al leer e interpretar los textos, podemos ver cómo comienzan a cobrar nuevos significados las palabras, las oraciones y las ideas. Al relacionar los textos, podemos encontrar aún mayor cantidad de mensajes. Y justamente en eso se basa la tradición de nuestros Rabinos que leen e interpretan la Toráh. Es por eso que en nuestra hermosa tradición judía tenemos dos tipos de enseñanzas: La Toráh Escrita (el Jumásh o Pentateuco) y la Toráh Oral (aquella lectura interpretativa de la Toráh Escrita) y ambas se complementan inseparablemente.
Ayer vivimos una hermosa fiesta de Simját Toráh. Danzamos, cantamos, movimos nuestros cuerpos cual si fueran letras de una hermosa poesía. Finalizamos la lectura anual de la Toráh con Parashát Vezót haBrajáh y comenzamos con la primera palabra de Bereshít. Terminamos un ciclo y comenzamos otro, pero en lugar de verlos como ciclos completamente independientes, su relación y continuidad también nos dejan un nuevo mensaje. La Toráh Oral conecta la última letra de la Toráh Escrita, que es la letra Lámed - ל - “L” (pues la última palabra de la Toráh es Israel ישראל) con la primera palabra de la Toráh Escrita que es la letra Bet - ב - “B” (de la palabra Bereshít בראשית, “En el principio”). Si unimos las lecturas y combinamos la última y primera letras de la Toráh Escrita, se forma la palabra LeV (לב, corazón). Esto ya nos dice que uno debe acercarse a la Toráh con el corazón abierto para poder nutrirse de ella y de esa forma hacerla parte de uno mismo. La Toráh no se lee solamente con los ojos abiertos, sino que requiere abrir las puertas de nuestra alma.
Al mismo tiempo que la Toráh Escrita comienza con aquella letra ב “B”, el Talmúd comienza con la letra Mem - מ – “M”, (de la palabra מֵאֵימָתַי Me’ematáy, que significa “desde qué momento”, haciendo alusión al tiempo adecuado para recitar el Shemá Isra'él que aparece en Maséjet Berajót – Tratado Brajót). Ambas letras, la de la Toráh Escrita y de la Toráh Oral, se combinan en la palabra BaM בם, (que significa “en ellas”). Esta palabra aparece en el Shemá Isra’él que rezamos día a día, cuando dice “meditarás en ellas”. Allí la Toráh nos indica que debemos ocupar nuestro tiempo en estudiarlas a ellas (La Toráh Escrita y la Toráh Oral), enseñándonos que debemos ocupar nuestras energías en aprender Toráh y en poder hacer que en nuestras conversaciones haya siempre algo de ellas para aprender y enseñar.
Que en este nuevo Ciclo de la Toráh que comenzamos, podamos esmerarnos en abrir nuestros corazones a la Toráh, meditar en ella y que nuestras palabras y acciones atraigan la bendición para transformar nuestras vidas en una celebración de música, danza y alegría.
Lehitra’ót!
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