כי־תצא
Haftarát Ki-Tetzé: Yeshayáh 54:1-10
Resumen de la Parasháh
Si un hijo de Israel capturaba a una prisionera de guerra en una batalla fuera de Kená’an, no podía tomarla en matrimonio inmediatamente. Antes ella debía raparse la cabeza, cortarse las uñas, quitarse el vestido de cautiverio y llorar a sus padres durante un mes; todo esto para que no resultara atractiva para el judío. Luego, si éste aún deseaba casarse con ella, podía hacerlo; de lo contrario, tampoco podía tratarla como esclava.
El primogénito debía heredar una porción doble, incluso si su madre no era amada por su padre. Un hijo rebelde (por ejemplo: Uno que hubiera robado, o comido y bebido una cierta cantidad de carne y vino pese a la advertencia de que no lo hiciera) debía ser apedreado. Al cuerpo de un hombre que hubiese sido colgado no debía dejárselo en esa posición toda la noche, sino que debía ser enterrado ese mismo día.
Todos los objetos perdidos debían ser devueltos a sus dueños legítimos. Por razones de seguridad, se debía construir una baranda alrededor de cada techo. Estaba prohibido usar sha’atnéz (tejido con mezcla de lana y lino). Debía usarse tzitzít (flecos) en «los cuatro bordes del manto con que te cubres».
Un esposo que hubiera acusado falsamente a su esposa de haberle sido infiel antes del matrimonio, pero después del compromiso, debía ser azotado y pagar una multa. Si la acusación era cierta, la esposa debía ser apedreada. Si una mujer cometía adulterio, ella y su amante debían ser ejecutados. Un hombre no debía casarse con la esposa de su padre. También se prohibieron los matrimonios con habitantes de Amón y Mo’áv.
Se prohibía cobrar intereses a los judíos. Aquel que formulaba una promesa debía cumplirla.
Cuando un esposo tiene motivos para el divorcio, el matrimonio debe disolverse según el procedimiento legal del “guet” (carta de divorcio). Si la mujer se casa de nuevo y se convierte luego en viuda o divorciada, no puede volver a casar con su primer marido.
Si un judío le presta dinero a otro, no debe tomar como garantía nada que sirva al prestatario para su mantenimiento. si el tomador del préstamo es pobre, el que presta debe devolver la prenda de garantía antes del anochecer, si fuera necesario. A un trabajador contratado se le debe pagar a la terminación del trabajo.
Si un hombre casado muere sin dejar hijos, su hermano debe casarse con la viuda y heredar sus propiedades. De este modo, la línea genealógica del hermano fallecido no desaparecerá con ello. Si el hermano rehúsa casarse con la viuda, será sometido a la ceremonia de jalitzá, por negarse a perpetuar el nombre del hermano. (La “jalitzá” libera a la viuda de un hombre que murió sin dejar hijos, para que pueda volver a casarse otra persona que no sea el hermano del marido fallecido).
Se hace una advertencia a los comerciantes y hombres de negocios en general, a fin de que sean extremadamente cuidadosos. No deben utilizar balanzas defectuosas, ni tratar de engañar en el peso o la medida al cliente.
Finalmente, se recomienda a los hijos de Israel que recuerden en todo momento las acciones traicioneras de Amaléq, que atacó a los Bené Isra’él cuando estaban debilitados. Ellos debían borrar el recuerdo de Amaléq de la faz de la Tierra.
Comentario
Probablemente ninguno esté a favor de la guerra. Incluso la Toráh tiene para referirse al respeto y amor por el extranjero. Claro, hay una excepción y esta excepción es la guerra obligatoria contra todos los pueblos que moraban en la tierra prometida. Ello no era una opción, ello era un mandato, y no solo eso, sino que al mandato positivo de librar la batalla por las tierras se le añadía uno negativo de no tomar prisioneros de aquellos pueblos.
“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y Adonáy tu Dios los entregue en tu mano, y tomes de ellos cautivos…” – Devarím 21:10
- Primero, ¿por qué dice “cuando salgas” si en realidad el pueblo de Israel se predispone a “entrar” a librar batallas?
- Segundo, ¿por qué aquí la Toráh habla de cautivos si previamente lo prohibió? Pero como todo en nuestra tradición estas preguntas pueden encontrar respuesta si uno profundiza en el mensaje, y ambas tienen el mismo origen, las guerras de las que habla la Parasháh no son las que tienen como fin conquistar la tierra de Kená’an, sino esas que se libran todos los días, las que definen nuestra personalidad, nuestro carácter y nuestra capacidad de respuesta frente a la adversidad o la alegría.
Porque cada día libramos un sinfín de batallas con nuestros semejantes, con nuestras familias y, sobre todo, con nosotros mismos.
Esas batallas son las que nos sacan de nuestro confort, las que nos hacen preguntarnos si hemos logrado lo que buscábamos o nos transformamos en quienes no queremos ser. Por eso, a esa guerra no se entra, se sale, uno deja lo seguro y combate en terreno desconocido. Y por eso en esas guerras siempre hay cautivos, porque algo de quien era antes todavía camina a la par conmigo, aunque haya cambiado mi persona totalmente, cada uno es su propio cautivo, su propia cicatriz de la batalla.
Los Jajamím ven al alma como el enemigo a vencer. Debemos enfrentar a la reacción por instinto, a las ganas de solo comer, beber, dormir y tener vidas sin sentido para transformarnos en seres más divinos, intelectuales, sabios, una verdadera imitación de los ángeles o incluso de Dios mismo. Esa guerra que ocurre todos los días en nuestras vidas, en nuestro interior, entre el alma animal y el alma divina lleva la promesa de victoria, como dice el versículo: “… y Adonáy tu Dios los entregue en tu mano…”, porque si uno se anima a salir de la comodidad y luchar contra sus propios miedos y errores la batalla ya estará ganada.
De eso se trata javerím, de animarse a escapar de ese animal que está en uno. De aceptar a los cautivos que llevo conmigo porque me señalan eso que ya no quiero ser o quizá aquello a lo que quiero parecerme.
Quiera Dios entregarnos la fuerza y valentía para levantarnos y luchar contra nosotros mismos.
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Resumen de la Parasháh
Si un hijo de Israel capturaba a una prisionera de guerra en una batalla fuera de Kená’an, no podía tomarla en matrimonio inmediatamente. Antes ella debía raparse la cabeza, cortarse las uñas, quitarse el vestido de cautiverio y llorar a sus padres durante un mes; todo esto para que no resultara atractiva para el judío. Luego, si éste aún deseaba casarse con ella, podía hacerlo; de lo contrario, tampoco podía tratarla como esclava.
El primogénito debía heredar una porción doble, incluso si su madre no era amada por su padre. Un hijo rebelde (por ejemplo: Uno que hubiera robado, o comido y bebido una cierta cantidad de carne y vino pese a la advertencia de que no lo hiciera) debía ser apedreado. Al cuerpo de un hombre que hubiese sido colgado no debía dejárselo en esa posición toda la noche, sino que debía ser enterrado ese mismo día.
Todos los objetos perdidos debían ser devueltos a sus dueños legítimos. Por razones de seguridad, se debía construir una baranda alrededor de cada techo. Estaba prohibido usar sha’atnéz (tejido con mezcla de lana y lino). Debía usarse tzitzít (flecos) en «los cuatro bordes del manto con que te cubres».
Un esposo que hubiera acusado falsamente a su esposa de haberle sido infiel antes del matrimonio, pero después del compromiso, debía ser azotado y pagar una multa. Si la acusación era cierta, la esposa debía ser apedreada. Si una mujer cometía adulterio, ella y su amante debían ser ejecutados. Un hombre no debía casarse con la esposa de su padre. También se prohibieron los matrimonios con habitantes de Amón y Mo’áv.
Se prohibía cobrar intereses a los judíos. Aquel que formulaba una promesa debía cumplirla.
Cuando un esposo tiene motivos para el divorcio, el matrimonio debe disolverse según el procedimiento legal del “guet” (carta de divorcio). Si la mujer se casa de nuevo y se convierte luego en viuda o divorciada, no puede volver a casar con su primer marido.
Si un judío le presta dinero a otro, no debe tomar como garantía nada que sirva al prestatario para su mantenimiento. si el tomador del préstamo es pobre, el que presta debe devolver la prenda de garantía antes del anochecer, si fuera necesario. A un trabajador contratado se le debe pagar a la terminación del trabajo.
Si un hombre casado muere sin dejar hijos, su hermano debe casarse con la viuda y heredar sus propiedades. De este modo, la línea genealógica del hermano fallecido no desaparecerá con ello. Si el hermano rehúsa casarse con la viuda, será sometido a la ceremonia de jalitzá, por negarse a perpetuar el nombre del hermano. (La “jalitzá” libera a la viuda de un hombre que murió sin dejar hijos, para que pueda volver a casarse otra persona que no sea el hermano del marido fallecido).
Se hace una advertencia a los comerciantes y hombres de negocios en general, a fin de que sean extremadamente cuidadosos. No deben utilizar balanzas defectuosas, ni tratar de engañar en el peso o la medida al cliente.
Finalmente, se recomienda a los hijos de Israel que recuerden en todo momento las acciones traicioneras de Amaléq, que atacó a los Bené Isra’él cuando estaban debilitados. Ellos debían borrar el recuerdo de Amaléq de la faz de la Tierra.
Comentario
Probablemente ninguno esté a favor de la guerra. Incluso la Toráh tiene para referirse al respeto y amor por el extranjero. Claro, hay una excepción y esta excepción es la guerra obligatoria contra todos los pueblos que moraban en la tierra prometida. Ello no era una opción, ello era un mandato, y no solo eso, sino que al mandato positivo de librar la batalla por las tierras se le añadía uno negativo de no tomar prisioneros de aquellos pueblos.
“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y Adonáy tu Dios los entregue en tu mano, y tomes de ellos cautivos…” – Devarím 21:10
- Primero, ¿por qué dice “cuando salgas” si en realidad el pueblo de Israel se predispone a “entrar” a librar batallas?
- Segundo, ¿por qué aquí la Toráh habla de cautivos si previamente lo prohibió? Pero como todo en nuestra tradición estas preguntas pueden encontrar respuesta si uno profundiza en el mensaje, y ambas tienen el mismo origen, las guerras de las que habla la Parasháh no son las que tienen como fin conquistar la tierra de Kená’an, sino esas que se libran todos los días, las que definen nuestra personalidad, nuestro carácter y nuestra capacidad de respuesta frente a la adversidad o la alegría.
Porque cada día libramos un sinfín de batallas con nuestros semejantes, con nuestras familias y, sobre todo, con nosotros mismos.
Esas batallas son las que nos sacan de nuestro confort, las que nos hacen preguntarnos si hemos logrado lo que buscábamos o nos transformamos en quienes no queremos ser. Por eso, a esa guerra no se entra, se sale, uno deja lo seguro y combate en terreno desconocido. Y por eso en esas guerras siempre hay cautivos, porque algo de quien era antes todavía camina a la par conmigo, aunque haya cambiado mi persona totalmente, cada uno es su propio cautivo, su propia cicatriz de la batalla.
Los Jajamím ven al alma como el enemigo a vencer. Debemos enfrentar a la reacción por instinto, a las ganas de solo comer, beber, dormir y tener vidas sin sentido para transformarnos en seres más divinos, intelectuales, sabios, una verdadera imitación de los ángeles o incluso de Dios mismo. Esa guerra que ocurre todos los días en nuestras vidas, en nuestro interior, entre el alma animal y el alma divina lleva la promesa de victoria, como dice el versículo: “… y Adonáy tu Dios los entregue en tu mano…”, porque si uno se anima a salir de la comodidad y luchar contra sus propios miedos y errores la batalla ya estará ganada.
De eso se trata javerím, de animarse a escapar de ese animal que está en uno. De aceptar a los cautivos que llevo conmigo porque me señalan eso que ya no quiero ser o quizá aquello a lo que quiero parecerme.
Quiera Dios entregarnos la fuerza y valentía para levantarnos y luchar contra nosotros mismos.
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Café Toráh_Con Kfir Ben Yehudáh
"No deberás arar con buey y con asno juntos"_Con Kfir Ben Yehudáh
"Si se tuviere un hijo obstinado y rebelde"_Con Kfir Ben Yehudáh
Parashát Ki-Tetzé_Por Rav Yojanán Ben Torino Z"L
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